20 octubre 2006

Occidente nunca ganará en Afganistán

España admitió ayer por primera vez un deterioro en la situación en Afganistán por el recrudecimiento de las acciones militares, lo que conlleva un debilitamiento de la seguridad también para sus soldados acantonados allí. Cinco años después de que los talibán fueran bombardeados y echados del poder, Afganistán está cayendo en la misma ciénaga sanguinolenta que Irak. Los bombardeos suicidas están en auge, con 230 muertos el mes pasado, contratistas extranjeros secuestrados y policías y agentes de seguridad asesinados. Y los talibán resurgen con fuerza. A tal punto está asumido el fracaso en materia de seguridad que las autoridades de la OTAN reconocen el éxito que están teniendo los talibán en el reclutamiento de nuevos militantes, gracias al descontento local y las constantes llegadas de voluntarios desde Pakistán. Un general estadounidense retirado, Barry McCaffrey, emitió un informe sobre las excelentes armas, equipamiento y nuevas tecnologías de las que disponen. El problema de Afganistán está en su incapacidad para asentar un Gobierno de unidad nacional con plena autoridad en el territorio nacional. Los Acuerdos de Bonn, firmados tras el cambio de poder, no tuvieron en cuenta la desmilitarización de los señores de la guerra ni de adjudicar un papel a los talibán moderados en el nuevo Afganistán. Por ello los talibán siguieron el dicho árabe de "sientate a la puerta de tu casa y verás pasar el cadaver de tu enemigo". Si las prometidas ayudas al Gobierno de Hamid Karzai hubiesen producido una rápida mejora para la población, quizás hubiese salido victoriosa la nueva situación creada tras la guerra. Sin embargo, Irak relevó a Afganistán en la atención mundial y las ayudas y sus frutos han demostrado ser insuficientes, aumentando la frustración social. La nueva ocupación no trajo consigo los beneficios prometidos y mientras los barones de la droga usan su dinero para avivar a la oposición, los talibán vuelven a reagruparse. La única forma de restaurar la seguridad es llegar a un acuerdo con los líderes tribales, los mullahs, los antiguos muyahidines y con las fuerzas talibanes relacionados con ellos. Se trataría de seguir el ejemplo del presidente pakistaní, Pervez Musharraf, que negoció con las fuerzas talibanes en la provincia pashtun de Waziristan, limítrofe con Afganistán, la retirada de las tropas gubernamentales a cambio de que los talibán no establecieran una administración paralela ni atacaran edificios gubernamentales. Eruditos religiosos, líderes tribales y oficiales pakistaníes vigilarán el cumplimiento del acuerdo. Si este acuerdo se puede aplicar en el territorio pashtun de Afganistán puede que haya alguna esperanza de pacificación, porque la OTAN jamás podrá imponer una victoria militar ni pacificar este Estado fallido. Solamente una reconciliación local y el reparto del poder podrán establecer una base para el desarrollo rural y la creación de empleo.

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